Alberto Vázquez Figueroa

Por David Hidalgo Ramos

Más que un escritor comprometido

Hoy recordamos a un maestro literario y un auténtico aventurero en la vida real, cuyas vivencias y experiencias a lo largo de todo el mundo darían, solamente por él, para llenar varias entradas. El escritor canario Alberto Vázquez-Figueroa va camino de los noventa años, y lo extraño es que sólo se le conozca por sus libros. Hay que destacar que este autor llegó a ser uno de los escritores más leídos de España y (sin contar con sus obras biográficas, cinco hasta la fecha) ha llegado a publicar más de 90 novelas entre las que destacan Manaos, Ébano, El anillo verde, África llora, El señor de las tinieblas, Bora bora o Vivir del viento por citar algunas de las más conocidas. Destaca además en muchas de sus obras una preocupación constante por la naturaleza y por el componente humano, una preocupación que ha dejado patente a lo largo de su propia vida, una visión que mira con tristeza cómo se desarma el medio ambiente.

Pero Vázquez-Figueroa no siempre se dedicó a la escritura. Para entender su trayectoria hay que echar un vistazo a su propia vida. A raíz del exilio de sus padres tras la Guerra civil española, Alberto creció en Cabo Juby, actual Tafalla, que entonces era protectorado español pero que en la actualidad pertenece a Marruecos, una tierra continental frente a las Islas Canarias. Fue ahí, en su infancia y adolescencia, en la que quedó prendado de la fuerza del desierto, unido irremediablemente al agua del océano, que será su motor vital como veremos más adelante. Descubrió la extraña incongruencia de estar frente al Atlántico y que toda una población sufra sed constante por la mala gestión del agua potable. Sin embargo, el agua lo llamaba, así que comenzó a nadar. Y vaya si lo hacía bien.

Con un examen de natación entró en el buque-escuela Cruz del Sur, de Jacques Cousteau, con quien estudió submarinismo, convirtiéndose en uno de los primeros buzos con escafandra autónoma de nuestro país. Tras una dura disciplina con Cousteau, del que siempre señala que manejaba a los alumnos con mano de hierro puesto que de ello dependía salvar vidas, Vázquez-Figueroa se convirtió en uno de los pocos profesores de buceo en España por aquel entonces. Su puesto le valió que en enero de 1959 varios policías secretas lo buscasen, no por haberse metido en líos, sino para lo que supuso una horrible experiencia: encabezó el grupo de rescate subacuático de fallecidos de la catástrofe de Ribadelago, en Zamora, que tras la rotura de una presa, un torrente de agua arrasó todo un pueblo dejando más de 140 cadáveres a su paso.

Terminó estudiando periodismo en Madrid, especializándose en conflictos bélicos por todo el mundo, especialmente siendo corresponsal de guerra en toda Sudamérica, Centroamérica y África. Trabajó para medios como La Vanguardia o RTVE, cubriendo golpes de estado, levantamientos populares, revueltas militares y demás tragedias. Entre conflictos, terminó siendo regulador de elefantes en África, una labor triste pero necesaria, pues consistía en capturar a los animales más ancianos y dementes, que a menudo atacaban poblaciones humanas.

Pero con el tiempo, el agua volvió a su vida. Documentándose para una novela, se ocupó del tema de la sequía. Estudió con detenimiento las desaladoras y sus procesos, los diferentes mecanismos y tecnologías existentes para gestionar la potabilidad del agua para la población. Y terminó inventando la suya propia. Su desaladora por ósmosis inversa no fue la única, sino que Vázquez-Figueroa tiene a su nombre más de 8 patentes relacionadas con el agua. Intentó promocionar y vender su proyecto, pero terminó en pesadilla al interponerse ciertos intereses políticos y económicos que tumbaron su idea de agua casi gratuita en más de una ocasión.

Su patente
Un pequeño avance en TVE sobre su invento en 1995