Joy Gresham y C. S. Lewis con la perrita Susie en 1958

Por David Hidalgo Ramos

Boda, tragedia y amor. Una historia verdadera.

Son muchos los relatos literarios sobre amantes apasionados a los que termina rodeando la desgracia y la tragedia, aunque la crueldad de la realidad a veces supera a la de la ficción. Hoy recordamos a una pareja de escritores que surgió de de forma inesperada y fue más allá de las letras. Esta triste y, a la vez, esperanzadora historia de amor se centra en la autora Joy Gresham y está considerada como una de las más intensas, a la par que fugaces, de la literatura. Para conocerla en profundidad merece la pena remontarse a años atrás y conocer mejor a sus protagonistas.

Por un lado, el escritor estadounidense Bill Lindsay Gresham, que tras volver de combatir en la guerra civil española en el bando republicano, cae en depresión y comienza su adicción a la bebida. Años más tarde sería conocido por ser el autor de El callejón de las almas perdidas (que se llevó al cine en 1947 y, más recientemente, en 2021, bajo la dirección de Guillermo del Toro). Bill Gresham se casó con la poetisa Joy Davidman, una escritora crítica, de origen judío pero que se declaraba firmemente atea (algo que tendrá sentido más adelante). Tuvieron dos hijos pero no fue un matrimonio feliz, en gran parte debido al alcoholismo de Bill. Fueron estos los años en que Joy se volcó en la literatura y en la correspondencia.

Tenía la intención de divorciarse de Bill, pero mientras tanto estableció por carta fuertes lazos con otros escritores de la época, con los que debatía sobre literatura e incluso filosofía y religión. Fue este el caso de C. S. Lewis (autor británico de las Crónicas de Narnia), quien tenía un trabajo acomodado como profesor en la Universidad de Oxford y vivía junto a su hermano y la señora Moore. Durante su juventud, Lewis luchó en la Primera Guerra Mundial, forjando una estrecha amistad con Paddy Moore, un cadete con quien pactó que si uno de los dos no volvía con vida, se haría cargo de la familia del otro. Paddy murió en la guerra y, haciendo honor a su palabra, Lewis propuso a la madre de este que se fuera a vivir con él. La cuidó hasta que tuvo que ser internada en un asilo.

Visado de Joy Gresham, febrero de 1954

Pero la cuestión es que Davidman y Lewis se cartearon tanto que ella quiso viajar desde Estados Unidos a Inglaterra para conocerlo, ya que sentían gran admiración el uno por el otro. Lewis le organizó una fiesta de bienvenida en los Inklings, el club literario oxoniense al que pertenecía junto a Nevill Coghill y J. R. R. Tolkien, entre otros, y del que ya hablaremos en otra ocasión. Tras divorciarse de Gresham, Joy quiso comenzar una vida nueva en Inglaterra y cuando su visado caducó le pidió a Lewis que se casaran por razones puramente burocráticas, para poder permanecer en el país. Ambos disfrutaban de la compañía del otro, Lewis admiraba profundamente a su amiga por sus ideas y su encendida forma de debatir, por lo que no dudó en aceptar. Y así fue como se casaron en 1956. Apenas unos meses después Joy sufrió una caída y aparentemente se rompió el fémur. La triste noticia que le dieron en el hospital fue que el hueso se había roto debido a un cáncer óseo que ya se encontraba muy avanzado y los médicos no le dieron más que unas semanas de vida. En ese momento ambos se dieron cuenta de lo enamorados que estaban el uno del otro.

Incluso durante las discusiones filosóficas y teológicas que sostuvo con Lewis durante los meses anteriores, Joy llegó a replantearse su vida espiritual para estar junto al británico, que era cristiano anglicano. Durante los cuatro años siguientes al accidente, su amor se convirtió en lo único existente para ambos, viajaron todo lo que pudieron y se cuidaron mutuamente. Apenas cuatro años después, en 1960, Joy falleció y Lewis quedó devastado.

Llevó el terrible duelo a su literatura y la pena le consumió hasta que finalmente falleció en noviembre de 1963. Su muerte quedó sepultada en el olvido, por coincidir con el día del magnicidio de Kennedy, pero el legado que dejó en la literatura es único. La película Tierras de penumbra (1993), con Anthony Hopkins en el papel de Lewis y Debra Winger en el de Joy, recrea la historia de amor entre ambos.