Ramón J. Sender y Camilo José Cela
Por David Hidalgo Ramos
Cela y Sender, el caldo del desencuentro.
En el caso de Cela, una de las figuras más conocidas de la literatura española, se ganó a pulso el título de maestría literaria, aunque se le terminó encasillando en la extraña generación del 36 con otros autores como Delibes, Torrente Ballester o Carmen Laforet. Camilo José Cela y Trulock nació un 11 de mayo de 1916. Acumuló varios de los galardones más importantes de las letras (el Nobel y el Cervantes entre ellos), y ha sido un escritor incomprendido sobre el que se ha dicho todo tipo de cosas, a menudo falsas por el simple hecho de desprestigiarle. Tampoco fue un santo, como él mismo aseguraba y, desde luego, no se casaba con nadie. A pesar de que la política no era lo suyo, fue designado como senador de las Cortes por un breve periodo durante el que se le acusó de apoyar la dictadura franquista. Su paso por el parlamento fue un mero trámite, ya que para pulir el texto de la Constitución española de 1978, tarea que se le encomendó como gran experto en nuestra lengua, debía pertenecer a las instituciones del Estado.
Gallego de nacimiento y viajero incansable, Cela conoció gran parte de España recorriendo sus caminos a pie, como los de antes, como una especie de Labordeta de la España franquista (incluso se le llegó a apodar «el andarín»). De hecho, una de sus obras magnas, Viaje a la Alcarria, surgió de aquellas excursiones. Siempre le acompañó la ironía, el desparpajo y ese humorismo extraño tan suyo, haciendo bromas con talante serio, que le venía de muy atrás y que no todo el mundo supo entender. Fue este carácter peculiar, además de su capacidad para adaptarse a cualquier registro literario, lo que llevó a Luis García Berlanga a escogerle para para inaugurar la colección de literatura erótica La sonrisa vertical de Tusquets Ediciones. Berlanga, famoso erotómano, creó y dirigió La sonrisa vertical junto a la editora Beatriz de Moura. El proyecto vio la luz en 1977 y está considerado como uno de los grandes hitos editoriales de nuestro país. La colección gozó de una larga trayectoria que se extendió más de tres décadas e impulsó la creación del prestigioso premio homónimo a la narrativa erótica. Su primer título fue la tronchante La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona, una novelita erótica y humorística escrita por Cela de la que el propio autor es un personaje más.
En septiembre de 1965, lo invitaron a la inauguración de un monumento-fuente en su honor en la ciudad de Elche, en concreto en los jardines conocidos como el Hort del Xocolater. Allí se reunió gran parte de la flor y nata de la sociedad, la prensa, los representantes de las instituciones públicas del ayuntamiento y demás, así como algunos curiosos que querían ver al escritor. La cuestión, como él mismo contó en una entrevista, es que tenía preparado un discurso de agradecimiento y cuando le dieron la palabra, comenzó a leerlo pero se le quedó la mente en blanco —cosas que suceden hasta a los escritores más pomposos, claro. Ni corto ni perezoso, tras aquellas breves palabras que le supieron a poco y en vista de la expectación del público, se metió en la fuente y se tumbó en el agua a modo de bautismo o inauguración original. Las cámaras del No-Do recogieron el momento y toda España se hizo eco —muchos lo criticaron por ello, llamándolo provocador, entre otras cosas menos bonitas.
En aquel momento, Camilo no era consciente de que estuvo a punto de morir. Dos electricistas encargados del montaje se acercaron corriendo y uno de ellos sufrió un ataque de pánico que derivó en uno epiléptico y tuvieron que trasladarle al hospital. Al parecer, con las prisas de la inauguración, los cables de los focos de la fuente estaban mal colocados y podrían haber electrocutado a Cela. A menudo bromeaba con aquello diciendo que aquel espectáculo podía haber terminado con él mismo cocido en su salsa. Al año siguiente, un maestro artesano de los monumentos que se queman en las Hogueras de San Juan de Alicante, plasmó la imagen de Camilo bañándose en la fuente. Cuando Cela se enteró, viajó hasta la población para indultar al ninot —que se llevó a casa en las bacas de su coche—, y celebrar ya de paso la cremá. De Camilo José Cela se ha dicho mucho, pero todavía hoy recordamos su humor y grandes obras que tanto han marcado la literatura española: desde La familia de Pascual Duarte, referente del tremendismo, como caricatura grotesca de la realidad, hasta La Colmena o San Camilo, 1936.
El otro gran protagonista de esta historia literaria es Ramón J. Sender, el gran referente del realismo social español. A las puertas del siglo XX, un 3 de febrero de 1901, nacía este escritor en Huesca. A pesar de vivir exiliado en Estados Unidos durante buena parte de su vida, siempre añoró su tierra. Eternamente recordado por Réquiem por un campesino español, una novela corta cruel, dura y maravillosa al mismo tiempo, que muestra los choques ideológicos de los años previos a la Guerra Civil, fue uno de los muchos autores autodidactas que coexistieron en aquella época. En un extraño paralelismo con la pandemia del Covid, Sender vivió tiempos sanitarios convulsos. Tuvo que dejar la universidad cuando esta se clausuró para hacer frente la oleada de gripe española de 1918. Después de aquello no llegó a retomar sus estudios pero comenzó a ejercer de periodista. Fueron inicios un poco pillos: su primer artículo-entrevista fue una conversación con Trotski, y aunque no conocería al revolucionario ruso en persona hasta muchos años después en México, su entrevista inventada consiguió dar el pego. Más tarde sufrió la guerra y todas sus funestas consecuencias, siendo testigo del fusilamiento sin juicio de su mujer y de su hermano (Manuel Sender, que fue alcalde de Huesca).
Poco a poco todo aquello fue sembrando su interior de pena, hastío y odio. Los que le conocieron decían de él que no podía sacarse un tema de conversación con un mínimo atisbo político porque terminaba encendido, lo que le costó más de un disgusto. A lo largo de su vida, ya asentado en San Diego, California, realizó algunos viajes esporádicos a España, visitando a los amigos que había conservado por correspondencia y conociendo a otros escritores. Camilo José Cela le invitó a quedarse en su casa de Mallorca en 1976. Allí se hospedó, pero la cosa no comenzó con «buen pie». Sender tropezó en las escaleras y terminó con la pierna escayolada. La ruptura de la amistad se inició la primera noche que Sender pasó en casa de Cela. La historia la contó el propio autor oscense en un periódico años después y el hijo de Cela, que fue testigo del desastre, la confirmó más tarde.
Durante la cena, no se sabe muy bien cómo, surgió el tema político. Posiblemente un comentario sin importancia acerca de la situación de España tras el régimen franquista o en torno a cómo se estaba llevando a cabo la transición hacia la democracia. Y Sender, de gatillo fácil, terminó acusando de fascista a Cela, por haberse quedado en el país trabajando, en lo que él consideraba un “estado de servidumbre al servicio de la dictadura”. Muchos han sido los que han criticado a Camilo José Cela por ejercer como censor para el franquismo. La verdad es que ocupó ese puesto entre 1943 y 1944 para poder trasladarse a Madrid, donde fundaría una revista posteriormente junto al también escritor Caballero Bonald. La cuestión es que, en la cena con Sender, entre tirones de mantel, gritos, el puchero de caldo gallego volando por los aires y la esposa de Cela desmayada del disgusto, la noche fue catastrófica.
La amistad entre Cela y Sender terminó como tantas otras a lo largo de la historia de la literatura: con palabras afiladas que dejaron heridas irreparables. Tal vez, en otro tiempo y circunstancias, se habrían reído juntos recordando aquel desencuentro. Sin embargo, ese capítulo no llegó a escribirse nunca.