«The Duel» (detalle), Emile Antoine Bayard, 1884

Por David Hidalgo Ramos

Dos damas de armas tomar.

Conseguir la autoridad e influencia merecidas, la lucha por unos determinados ideales o el respeto social meritorio, no es algo sencillo. A veces, el empoderamiento mismo surge en los detalles o incluso en los debates aparentemente más banales. La reivindicación en cualquier caso es algo que se remonta muy atrás en el tiempo, por lo que hoy nos asomamos a la Historia con mayúsculas para descubrir un hecho insólito. Esta es la historia de una mujer de la alta sociedad europea del siglo XIX que marcó un antes y un después, no sólo a nivel social sino también histórico, protagonizando una de las escenas más sorprendentes por honor, protagonizado por una escritora, mecenas y filántropa, además de dama de sangre azul, la princesa austríaca Paulina de Metternich.

Durante años esta princesa fue aclamada por las clases populares y aristocráticas por su compromiso con la cultura, siendo una de las más importantes «salonnières» de la época, es decir, anfitriona fundadora de salones literarios donde se fomentaban los recitales, la creación y el debate sobre piezas literarias de muy diversos orígenes, siendo precursora como mecenas de grandes artistas. Pauline se codeó y financió parte de la formación a escritores como Próspero Merimée (autor de la novela Carmen, que Bizet adaptó en la famosísima ópera) o Alejandro Dumas (padre). También se interesó por la moda y la música, teniendo bajo su manto protector y financiero a diseñadores de moda o compositores de la talla de Richard Wagner y Franz Liszt, con los que fraguó una gran amistad.

Pero si por algo ha pasado a la historia esta aristócrata ha sido por su defensa y reivindicación (desde su contexto histórico) de la emancipación femenina, comenzando por la defensa del honor propio. Todo ocurrió en el verano de 1892, cuando presidía el Festival Musical de Viena y comenzó a encargarse de la organización y logística del mismo. Acostumbrada a mandar y ordenar, sus opiniones chocaron con la condesa rusa Anastasia Kielmannsegg, presidenta del comité de señoras.

Los arreglos florales fueron el detonante, pero la discusión fue subiendo de tono hasta que pasaron de las palabras a los insultos y la afrenta. La decoración de las flores fue una simple excusa, ya que lo que se jugaban en ese acalorado debate era la popularidad y el apoyo de la clase alta europea del momento. Ni corta ni perezosa, la princesa lo tenía claro: si los hombres solucionaban así las cosas, ¿por qué no las mujeres? Y retó a un duelo a la condesa. Y no un duelo cualquiera, sino uno con espadas roperas, floretes. No era el primer duelo femenino, pero sí fue el primero íntegramente formado por mujeres: desde las duelistas, pasando por las madrinas e incluso la jueza del duelo. Se acordaron tres rondas a primera sangre, pero la jueza, la baronesa Lubinska, licenciada en medicina, instó a que lo hicieran a torso desnudo ante la posibilidad que un corte sobre la ropa infectara gravemente la herida.

Así que, en medio de un lejano campo, se desvistieron quedando sólo en falda y alzaron sus espadas. La princesa resultó herida en la nariz, pero aprovechó el ataque para dañar gravemente en el brazo a la condesa. Las madrinas se desmayaron al ver la sangre, los cocheros ante los gritos, se acercaron corriendo, siendo recibidos a paraguazos para evitar que viesen a sus señoras semidesnudas. Un desastre que terminó en tablas, pero pasó a la historia.