Aldous Huxley © Edward Gooch Collection/Hulton Archive/Getty Images
Por David Hidalgo Ramos
El día en que el mundo olvidó a Aldous Huxley.
Hoy hablamos de distopías para conmemorar a uno de los grandes autores del siglo XX. Aldous Huxley, maestro de las letras británicas, es célebre por una de las novelas más fascinantes del género y de la historia de la literatura: Un mundo feliz. Su muerte, el 22 de noviembre de 1963, quedó eclipsada por un evento histórico nefasto. Lo mismo sucedió con otro escritor británico, C. S. Lewis (autor de Las crónicas de Narnia, del que ya hemos hablado en otra ocasión). Los fallecimientos de ambos pasaron inadvertidos porque ese mismo día saltaba la noticia del asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy.
Aunque no es tan conocido como George Orwell y su 1984, muchos consideran que Aldous Huxley anticipó mejor la sociedad actual en su gran obra Un mundo feliz. Si bien 1984 nos muestra un mundo vigilado y reprimido por la fuerza bruta, antecedente de la invasión de la privacidad digital actual para algunos, Un mundo feliz nos presenta la sociedad de consumo, el entretenimiento superficial y la falta de profundidad intelectual, ejemplificado en la falta de cultura de los medios televisivos de nuestro tiempo para otros. Decía J. G. Ballard que, en parte, la propia experiencia vital de Orwell le llevó a imaginar un régimen opresivo que gobernaba mediante el terror. Las elucubraciones de 1984, encabezadas por el Ministerio de la Verdad o el ya famoso Gran Hermano, evocaban un miedo estalinista que tiene su origen en la guerra civil española, en la que Orwell participó como periodista y simpatizante de la República. Estuvo destinado en Cataluña y formó parte del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Durante una batalla fue herido en la garganta, sufriendo problemas de voz y carraspera de por vida. Se decepcionó de la política al ver cómo los diferentes partidos comunistas luchaban entre ellos para ostentar el poder. Sus memorias quedaron plasmadas en Homenaje a Cataluña, considerada una de las mejores crónicas del conflicto.
Huxley, continúa la reflexión de Ballard, describió un sistema en el que el pueblo se sometía voluntariamente a través del consumo desenfrenado, la tecnología y el placer constante. Ahí reside la diferencia, en cómo la sociedad de Aldous da la bienvenida a la esclavitud. La mayoría de las personas de Un mundo feliz ni siquiera se dan cuenta de que carecen de libertad, en parte gracias a un sistema que atenúa el descontento a través de la publicidad, la medicación, el sexo y el entretenimiento. Pese a haberse escrito a principio de los años treinta, Un mundo feliz es una distopía muy actual (no hay que olvidar cómo Huxley describe de forma profética fenómenos como los bebés probeta o la realidad virtual). Pero lo interesante de este autor, es que escribió mucho más, incluidos ensayos antropológicos y sociológicos centrados en la filosofía y el conocimiento de la realidad y del ser humano.
Es interesante escuchar al propio Huxley hablar en esta entrevista de 1961 sobre cómo el ser humano es una víctima (en el sentido de esclavo) de su propia tecnología.
A raíz de alguno de estos ensayos, Huxley enunció la ley del esfuerzo inverso, toda una teoría demostrada. Esta ley dice que a menudo, cuanto más nos esforzamos por lograr algo, más difícil se vuelve alcanzarlo. Esta ley, inspirada en la filosofía taoísta, se ilustra con la imagen de las arenas movedizas: cuanto más luchas por salir, más te hundes. Un principio que insiste en que la mejor manera de actuar es fluir con las circunstancias y no forzar el resultado. Al tomar perspectiva, pausar y analizar la situación sin dejarnos arrastrar por la urgencia, tomamos decisiones más acertadas y evitamos que la presión nos juegue en contra. La paradoja que se forma con el esfuerzo y el resultado, surge porque el «yo» superficial, la mente consciente que se esfuerza, puede obstaculizar la expresión de otros «yoes» más profundos, que poseen habilidades y conocimientos que van más allá de la comprensión consciente. Además, Huxley daba ejemplos de cómo esta ley actuaba en la rutina diaria personal: cuántas veces la obcecación en quedarse dormido o recordar algo, el esfuerzo mismo, lo impide; mientras que dejar de intentarlo de forma consciente es más efectivo. Huxley también ahondaba en esta problemática en el ámbito de lo laboral, de la creatividad (y su bloqueo) y de las relaciones interpersonales.
La personalidad de Huxley, sin embargo, se construyó en base a las contradicciones de su vida. Destaca su acercamiento en su juventud al Bloomsbury Club, donde entabló amistad con Leonard y Virginia Woolf, Lytton Strachey o Vita Sackville-West entre otros escritores, críticos y artistas londinenses. A pesar de todo, huía de los textos modernistas de un grupo en el que nunca llego a encajar. Cuando en 1921 Huxley publica su primera novela, Crome Yellow, una obra satírica que parodia de alguna manera la forma de vida de todos ellos, la polémica queda servida. Profundamente ofendidos, el Bloomsbury Club termina rechazando a Huxley.
Por otro lado, su otra gran pasión era experimentar con drogas psicodélicas, convirtiéndose en uno de los primeros psiconautas del mundo en los años cincuenta. Centraba sus investigaciones en la espiritualidad humana y esto le llevó a ser todo un pionero de la revolución mental de los sesenta. De ahí surgiría su famoso ensayo Las puertas de la percepción (The Doors Of Perception), del que Jim Morrison tomaría el nombre para su banda. Hay que aclarar que Huxley, a su vez, tomó el título de una cita de El matrimonio del cielo y el infierno (1790), de William Blake («Si las puertas de la percepción estuvieran limpias, todo aparecería ante el hombre tal como es, infinito.»). Fue este ensayo el que motivó a Ken Kesey, tras publicar Alguien voló sobre el nido del cuco (1964), a iniciar su célebre viaje junto a su grupo de amigos, conocidos como Merry Pranksters, por todo Estados Unidos a bordo de un autobús colorido donde el ácido corría como la pólvora. Paradójicamente, Huxley no defendía el uso recreativo de las drogas, sino su potencial para expandir la mente humana.
Llegó a tal extremo que cuando luchaba contra un cáncer terminal, transmitió a su esposa que su última voluntad era irse de este mundo con un último «viaje» de LSD mientras le leían al oído el libro tibetano de los muertos. Resulta llamativo que Huxley, un visionario que anticipó la sociedad moderna en muchos aspectos, falleciera en un día que quedaría marcado por un evento tan trágico como la muerte de Kennedy aunque, eso sí, explorando los límites de la mente hasta el final.