Savannah Knoop (haciéndose pasar por J. T. LeRoy) y la escritora Laura Albert
Por David Hidalgo Ramos
Un autor trans único en el mundo.
Dicen que las grandes ideas surgen a menudo como algo que no se dice en serio. El habitual “¿Te imaginas si…?” Pero claro, no todas las bromas son lo amables que nos gustarían, lo que nos lleva a una de las historias más sorprendentes, perteneciente a un curioso reducto, los engaños literarios, todo un mundo aparte que esconde auténticas tinieblas. En su momento, los protagonistas de este enredo, fueron considerados por muchos los artífices del engaño literario del siglo (finales del XX y principios del XXI), que arrastró a masas de fans, engatusó a celebridades del mundo del cine y la música e incluso su historia se adaptó a la gran pantalla.
En la década de los noventa, poco a poco, comenzó a hacerse notar un nuevo talento literario emergente: J. T. LeRoy. Su historia trágica parecía poseer su propia mitología: se trataba de un adolescente que había sufrido graves abusos sexuales en su infancia, era drogadicto y seropositivo, herencia de su madre, una adicta irresponsable que no sólo había traumatizado a su hijo con la cuestión de género, también desde el mismo nombre que le había puesto. Cuando LeRoy era pequeño, su madre lo vestía de niña en su obsesión por preferir una hija. Esto provocó en el joven LeRoy una disociación de la identidad de género que le llevó hacia la transexualidad en una edad temprana. Además, los traumas maternales no se quedaban ahí, el «J. T.» escondía su verdadero nombre, Jeremiah Terminator, una peligrosa moda que se impuso en los ochenta a la hora de nombrar de forma estrafalaria entre las familias más desfavorecidas de Estados Unidos, una auténtica herencia histórica.
Marginalidad, drogas, abusos, violencia y prostitución. LeRoy lo tenía todo para representar una clase social muy específica, la «white trash» o ‘basura blanca’ americana, que había nacido a finales del siglo XIX tras la Independencia y que designaba a marginados desplazados de los privilegios sociales, solamente que en el contexto de los 80 y 90 se asociaba con la pobreza, las drogas y el mal vivir. El término que representaba LeRoy estaba más cercano al también despectivo concepto “trailer trash”, por la asociación de esta clase social a las caravanas como viviendas recurrentes.
Con el tiempo, el joven LeRoy, como terapia psicológica, se puso a escribir. ¡Y vaya lo que escribía! Novelas increíbles, realistas, dramáticas. Retrataba esa vida, pero también arrastraba un malditismo como si fuera un Verlaine o un Bukowski adolescente. ¿Lo «mejor» de toda la historia? Que J. T. LeRoy no existía. Todo era invención de Laura Albert, una guionista en paro, telefonista de línea erótica, víctima de abusos sexuales en su adolescencia que se encargó de crear al personaje y su obra.
Pero claro, no hablamos de un simple pseudónimo. Según fue subiendo la fama de LeRoy, más fanáticos que se identificaban con él surgían, más estrellas de rock lo defendían (como Bono o Lou Reed) y más periodistas pedían una entrevista o aparición en público de la estrella en ciernes. Así que Laura ideó un plan: convenció a su cuñada, Savanah Knoop, de aspecto andrógino, para recrear el físico de LeRoy, siempre acompañado por ella, ambas ligeramente disfrazadas, dotando a toda la historia y al propio personaje de su propia mitología. Peluca rubia, gafas de sol y sombrero bien calado, LeRoy (Savanah) hacía sus apariciones en público y daba breves entrevistas. Incluso la propia Savanah comenzó a crear un alter ego con la ayuda de Laura, metiéndose demasiado en el papel, hasta el punto de tener problemas de identidad psicológica, creyéndose realmente el personaje como suyo. En una de las ocasiones, terminó engañando incluso a Asia Argento (directora de cine hija del cineasta Dario Argento), con quien tuvo una breve aventura amorosa y sexual. La bola fue creciendo hasta que se hizo tan grande que explotó seis años después y el engaño se descubrió.