Rose Tico (Kelly Marie Tran), «The Last Jedi» (Rian Johnson, 2017) © Jonathan Olley/Walt Disney Studios Motion Pictures/Lucasfilm LTD./Everett Collection.

Por Fernando Ángel Moreno (Universidad Complutense de Madrid)

Defiende Toni Domènech que la tríada revolucionaria de libertad, igualdad y fraternidad ha fracasado. Según el filósofo, se habría impuesto en nuestro imaginario la priorización de lo privado sobre lo público —la libertad— sin contemplar que es necesaria la correcta interacción entre los tres conceptos para el desarrollo de toda sociedad civilizada.  Según el filósofo, la fraternidad —o quizás podríamos escribir mejor «hermandad»— ha desaparecido prácticamente del discurso político (Domènech 1993: 50).[1]

La «hermandad» se basa en contemplar a cada una de las personas que habitan nuestro mundo como contemplaríamos a una hermana o a un hermano hacia quien sintiéramos afecto por un vínculo mayor que el debido a las obligaciones legales o al respeto. Entender que todos somos seres débiles, con problemas, con necesidad de los otros, en esta realidad cruel que es la del ser vivo en la naturaleza, la del ser sensible en la sociedad, debería ser la base para basar nuestras decisiones socio-políticas, económicas, judiciales en algo muy diferente de la mera lógica ciega o de la mera represión policial. Debemos trabajar con los demás, intentar entender al «otro» porque, como nosotros, ha sido arrojado al mundo sin libro de instrucciones y sin armadura suficiente. Funcionaremos mejor, seremos más felices, viviremos más y con mayor satisfacción si creemos en la hermandad y la complementamos con la búsqueda de la igualdad en dignidad y derechos, y de nuestra libertad.

Al fin y al cabo, nuestros sistemas políticos, jurídicos y legislativos se deben al concepto de convivencia, pero la convivencia es mucho menos que la hermandad y, desde luego, la hermandad va más allá del contrato social.

Entonces, ¿cómo aprender a sentir esa hermandad? ¿Cómo amar al otro desconocido o, incluso más, a quien nos hace daño o a quien lucha contra la hermandad?

Ante todo, hay que aceptar que la hermandad ha de ser universal, pues se limita a un grupo reducido de personas, su valor y su fuerza no solo se reducen, sino que derivan casi siempre en agresión y en mayor dolor. Esa hermandad es siempre excluyente. Puede permitir salvar a ese grupo de las amenazas externas o, si acaso, ayudarle a combatirlas, pero iniciará un permanente estado de guerra.

No obstante, resulta legítimo dudar del alcance y de la posibilidad e idoneidad de una hermandad universal. Ante este problema existen dos problemas:

  1. La primera es, evidentemente, si resulta imposible —como apunta Carl Schmitt— evitar el permanente estado de guerra, el permanente estado de excepción, que imposibilitan una hermandad universal. Si siempre hay un adversario, un enemigo, tratar de hermanarnos con él puede resultar ingenuo y peligroso.
  2. La segunda respuesta es que, si aceptamos que vivimos en permanente estado de guerra, creamos obligatoriamente un único grupo identitario para defendernos de los otros. Por desgracia, en estas condiciones, la hermandad universal es imposible. Y sin hermandad universal, la creación de parias es inevitable.

Considero que vivimos en España —y yo diría que en todo Occidente— un permanente estado de guerra, un permanente estado de excepción en el que toda invocación del contrato social resulta siempre sospechosa. El motivo es que dicha invocación no se basa nunca en la hermandad, sino en la defensa identitaria de un grupo.

Esa identidad —centro de la hermandad grupal— se basa siempre en una tradición: tradición de logros comunes y tradición de defensas comunes contra el otro.

[1] «Aspirar a la libertad sin fraternidad […] es simplemente aspirar a darle la vuelta a la jerarquía existente, pero no a reemplazarla por algo fundamentalmente diferente» (Nussbaum 2013: 55). El libro de Nussbaum representa una interesante propuesta de incorporación de estas ideas a un proyecto de mejora de la sociedad y de sus acciones y discursos políticos. []

Desde la caída de la modernidad —paradigma endeble desde los simbólicos bombardeos de Dresde y de Hiroshima, entre otros—, la exacerbación de lo identitario parece haber ido en aumento. La distancia es cortísima entre lo identitario y el paria, entre la tradición y el odio, entre el pensamiento único y el desprecio intelectual, entre la defensa de sistemas cerrados y la irracionalidad.

Para superar esta agonía, todos los intereses individuales deben ser sincronizados mediante la aceptación de dicha sincronización como conflicto con ellos mismos. Por desgracia, el interés individual siempre se ve afectado por la hermandad universal y, por consiguiente, debe ser negociado y, en cierta parte, su importancia debe ser relajada, atenuada. Esta es la base del funcionamiento legislativo y ejecutivo de toda hermandad, y choca de frente contra el concepto actual de la libertad. Hermanarse implica desgarrarse por tener que ceder partes de nosotros mismos al otro, por lo que toda hermandad siempre surge en oposición o en lucha contra cada una de sus hermanas: la igualdad y la libertad.

Por otra parte, el estado de guerra unido al miedo a que nuestros intereses individuales sean destruidos puede derivar en una ingenuidad peligrosa de la que se aproveche el sistema neoliberal.

Así lo expresa Leibovici, en su análisis sobre Arendt:

No puede hacerlo sino a condición de una «rebelión permanente» contra sí mismo, contra un sí mismo potencialmente enemigo al que debe renunciar para alcanzar una «ausencia de sí [selflessness]». La consecuencia inmediata de esa concepción es que el malestar experimentado por ese desgarramiento no puede ser superado, aliviado, más que por la inmersión casi sacrificial del individuo en la unidad nacional. Así, para Rousseau, según Arendt, «el objetivo de la política es salvar [al individuo] del desgarramiento personal». El cuerpo político reúne a «hombres solitarios que viven [quizás] juntos», pero ciertamente no a hombres que «actúan juntos» (Leibovici 2017: 65).

Es decir, el sentimiento de hermandad debe partir del Estado mismo —y de los Estados entre sí— y debe ser firmemente apoyado por cada uno de los seres humanos bajo la promesa de que el individuo se verá recompensado por el sacrificio de una parte de sus intereses.[2] Lo más significativo y difícil de gestionar es que todo este proceso debe funcionar desde las emociones, pese a que se haya iniciado desde larazón. Desde estas emociones, desde este sentimiento de hermandad, desde este afecto se puede construir una sociedad mejor. Quizás solo desde ahí pueda mejorar la sociedad.

Leibovici habla de la piedad como detonante para conseguir esta superación de los obstáculos que nos pone el Yo asustado que nos domina. Sin embargo, la piedad no basta, puesto que es concreta y contextual. El sentimiento de hermandad debe ser puro, no dependiente de ningún otro. Debe partir de una conclusión ética y racional de que así debemos entender nuestras comunidades y debe redundar en nuevas conclusiones éticas y racionales. Emoción y razón deben trabajar juntas, pues la razón por sí misma es enormemente débil y la emoción, sin la razón, como defendían los estoicos, es trágica y peligrosamente poderosa desde sus caprichos.

Hay que conseguir, como defiende Arendt, que sean la misma cosa.

Esto lo demuestra Luke Skywalker al arrojar su sable láser en Star Wars: The Return of the Jedi. Renuncia así a dos enemigos de la hermandad:

  1. Renuncia a matar a su padre.
  2. Renuncia a perpetuar el permanente estado de guerra.
Luke Skywalker - The Return of the Jedi - Sui Generis Madrid
Luke Skywalker a punto de apagar su sable láser, renunciando a matar a Darth Vader («The Return of the Jedi», Richard Marquand, 1983) © Lucasfilm LTD

¿Afronta así esta cuestión todo el cine de aventuras? Pues casi nunca, salvo casos puntuales.[3] La tradición del cine de aventuras se encuentra enormemente influida por el mito del self-made man estadounidense, que también nos ha contaminado en España y que es un gran enemigo del concepto de hermandad. El mito del self-made man estadounidense parte de la idea de que en EE.UU. cualquier individuo disfruta de las condiciones necesarias para triunfar si se esfuerza lo suficiente, sin necesidad de ayudas del Estado ni del resto de la sociedad.[4] El individualismo tiene su recompensa, según este mito, y la creencia en la hermandad y en la comunidad solo lleva a la frustración y al fracaso. Este mito ha alimentado como casi ningún otro su cine de aventuras y su cine de acción, y ha ayudado a sustentar el odio al Estado, a los políticos y a todo tipo de hermandad entre personas desconocidas. Personajes como Rambo, John McLane, Conan y tantos otros son desarrollados en sus ficciones como lobos solitarios que, sin dejarse vencer por la inutilidad del Estado, sin seguir las normas de la comunidad, luchan con agresividad en un permanente estado de guerra, en un permanente estado de excepción. Son self-made men.

Quien no crea en este modelo y no base su lucha en el individuo y la soledad obtendrá automáticamente críticas y desprecio, y será convertido en paria a nivel intelectual.[5]

¿Qué encontramos en Star Wars? ¿Qué importancia tiene la acción de Luke que he citado? He hablado ya en otros espacios más sobre el abuelo y el tío de Kylo Ren: Anakin —en relación con Amidala— y Luke —en relación con Rey— (Moreno 2018). Quiero plantear ahora brevemente el caso del último descendiente —Kylo Ren— en relación con una mujer: Rose Tico.

En Star Wars: The Last Jedi, Rey busca al gran hombre anciano de barba blanca para que tome el sable láser y le indique el camino a seguir. Al terminar el episodio VII quedaba una duda: ¿nos encontrábamos ante una vuelta al patriarcado tradicional o ante un rechazo de Rey al mismo? En mi opinión, tras el episodio VIII; teníamos ambas cosas.

La película es bastante compleja. En ella, el anciano Luke se niega primero a adiestrar a Rey. Sin embargo, ella insiste por dos motivos y ninguno de ellos es la vieja canción del héroe: que vuelva a resolver el problema y que la ayude a resolver la angustia agónica que sufre. Incluso encontramos esa interesante imagen de las infinitas Rey desincronizadas, con todos sus yoes que son iguales, pero que no se encuentran exactamente en el mismo tiempo ni en el mismo espacio: una imagen efectiva del concepto de agonía existencial y socio-política, que en estos momentos de política española resulta especialmente expresiva.

Finalmente, Rey se da cuenta de que Luke no puede ayudarla y decide actuar por sí misma, dejando de lado los conceptos y las tradiciones, al modo en que Birulés lo expresa: «nuestra exigencia se sitúa en el nivel de la acción y de la imaginación y no en el de la teoría o del conocimiento» (Birulés 2017: 56). Su camino sigue y, como veremos al final de la película, se resolverá mediante la aceptación de la hermandad como única salida a su conflicto.

Exactamente en los mismos términos de alienación inicial se encuentra Kylo Ren, que descubrió a su maestro con el sable levantado ante él, renunció a la tradición y apostó por la acción y la emoción, más allá del concepto y de la teoría. De hecho, Kylo asesina a su maestro y decide exterminarlo todo para empezar de cero. Apuesta por la libertad en contra de los conceptos de igualdad y de hermandad.

[2] Precisamente, las distopías del siglo XX basan sus ficciones en que el Estado no recompensa al individuo por la pérdida de parte de sus intereses, casi siempre vinculados con fuertes pérdidas de igualdad y de libertad. []

[3] Algunas compañeras me sugieren que respiramos algo de aire en este sentido a partir de The Hunger Games.[]

[4] Disponemos de una excelente tesis doctoral sobre la formación y el desarrollo de este mito a través de personajes históricos y literarios —tesis que espero ver pronto materializada como libro— escrita por Alejandro de la Cruz: El mito del self-made man en la cultura estadounidense.[]

[5] Deseo aclarar ya aquí con contundencia, por razones que desarrollo más adelante, que la categoría de «paria intelectual» me parece, pese a todo el sufrimiento que puede conllevar, muchísimo menos grave que la del paria discriminado por su género, su raza, su cuerpo o su lugar de origen. Sin embargo, me parece fundamental otorgarle cierta importancia por el tema que estamos tratando.[]

¿Qué es lo que más me impresiona de todo esto?

Que existen numerosos espectadores para quienes su personaje favorito de esta película es Kylo Ren, no Rey y que, por tanto, no creen en la hermandad, sino en la libertad exacerbada.

Me preocupa porque, ante la falta de concepto, tradición y teoría, Rey basa su acción en la hermandad, prácticamente una emoción, en medio de su desgarramiento interior. Kylo, en la destrucción y en el Yo, como afirma en la película:

Es hora de que muera lo viejo. Snoke. Skywalker. Los Sith. Los Jedi. Los rebeldes. Que muera todo (Kylo Ren). 

Kylo Ren se ve a sí mismo como un paria ante los conceptos, la tradición y la política. Mi teoría es que ha gustado tanto porque casi todo ciudadano español actual se ve a sí mismo de este modo: deshermanado. Ante la sensación de desigualdad, reaccionan con agresión y destrucción. Ante la alienación, toman la libertad como fundamento de su condición de paria.

A prácticamente nadie le ha gustado la decisión de Rey: la apuesta por la duda y por la hermandad, en una película en que dicha hermandad aparece una y otra vez con reiterados toques de sororidad (especialmente entre Holdo y Leia). La duda, madre de toda reflexión, es contemplada como vaciedad del personaje, como indefinición, cuando se trata precisamente de un proceso de búsqueda —en el maestro patriarcal, en el compañero de generación, en sí misma— que no se conforma con respuestas inmediatas ni fáciles.

Sin embargo, la asunción de Kylo como paria viene, como he apuntado ya, de la tradición del Self-made man estadounidense[6] que es, por otra parte, una de las bases del neoliberalismo y de la ideología (por llamarla de algún modo) de Ayn Rand (Moreno 2018: 332-52).

Kylo Ren - The Last Jedi - Sui Generis Madrid
Kylo Ren (Adam Driver), «The Last Jedi» (Rian Johnson, 2017) © Walt Disney Studios Motion Pictures/Lucasfilm LTD..

De una manera muy nietzschiana, Kylo se construye a partir de un concepto meritocrático basado en el poder, por el cual desconfía tanto de las fuerzas del Mal como de las del Bien, sin creer en ninguna de ellas y sin aceptar la hermandad a la que ambas pueden derivar. Representa un tipo de odio característico de quien opina que todo el mundo es imbécil y que nada en la sociedad vale la pena, puesto que la sociedad margina a quienes son realmente superiores: libertad por encima de igualdad y de hermandad. Basta con viajar por redes sociales o de charlar en una cena de Navidad o de leer un artículo de opinión para encontrarnos a ese sujeto que odia todo porque todo es absurdo. Que a todo el mundo le haya gustado el personaje de Kylo Ren… En fin… A mí me ha dado miedo.

Relacionemos este concepto con el cowboy que salva al pueblo, con el policía que no se atiene a las normas y con el trabajador medio que piensa que la mejor universidad es la calle. Vivir como paria, sentirse paria, es lo que más nos define en nuestro discurso interior diario. El banquero se siente un paria ante una sociedad inútil y perezosa que le tiene envidia, el presidente del gobierno se siente un paria ante la incomprensión de sus gobernados, el profesor de universidad se siente un paria ante unos alumnos desmotivados y unos compañeros que van a lo suyo…

Toda utopía les parece una distopía.

Sentirse paria es la justificación para evitar la hermandad y para no tratar al otro como igual.

Del mismo modo, el nerd, el friki, crece sufriendo bullying, siendo marginado por su inadaptación social y por la crueldad social del patio del colegio y del instituto. Su anhelo de poder y de venganza en su edad adulta tiene mucho que ver con la reacción de Kylo Ren.

¿Son realmente parias? Bueno… Yo qué sé… En una concepción muy, muy fina… A lo mejor. Pero la proporción en que son parias, la proporción entre su malestar y su realidad económica, social, política… En fin… Se sienten tan parias como Kylo Ren, a partir de solo tres características:

  1. Rechazo al control de las emociones: dan rienda suelta a su odio.
  2. Necesidad de destruir los orígenes: el sistema democrático en que se funda nuestra sociedad les parece insostenible.
  3. Egolatría exagerada, sin margen para la hermandad.

El nihilismo creado deja al individuo en eterna guerra contra la sociedad. En el fondo, son apocalípticos que sienten que todo se ha derrumbado. La salida más inmediata es, como vamos viendo, la desconfianza en el sistema, en cualquier sistema. Se produce un convencimiento de fondo de que el actual sistema de gobierno debe ser derrumbado porque es alienante e ilusorio, porque todo es mentira, una gran farsa. De ahí surgen las ansias de destrucción, compartidas en gran parte por el resto de la sociedad. Baudrillard presenta como prueba de todo esto el hecho de que durante años hemos pagado entradas de cine para ver cómo diferentes catástrofes destruían Nueva York, París, Londres, el planeta entero (2002: 10-2).  Es la necesidad de borrar todo para comenzar de nuevo con una nueva generación, con un nuevo proyecto personal donde se privilegie el mérito personal. 

El odio a la sociedad crea la autoconsideración de «paria».

Es una tragedia ética, pues implica un insulto hacia los verdaderos parias, hacia los verdaderos rechazados por el sistema en cuanto a discriminación de género, de raza o por motivos económicos, entre tantos otros.

[6] Para un completo e interesante análisis de este mito, puede consultarse el trabajo de Alejandro de la Cruz Tapiador (2019).[]

Como ya he explicado, el cine está lleno de este tipo de personajes, casi siempre masculinos, que asumen la figura de parias desde una fuerte agresividad y deseo de destrucción: Conan, Sarah Connor, John Rambo, John McLane, Jason Bourne, Philip Marlowe o Sam Spade.

Por otra parte, cabe preguntarse si son realmente parias con deseo de destrucción o si es ese el rol que les atribuye el espectador.

El espectador ha establecido de muchos modos cierta identificación con el individuo que ya no cree en el estado ni en el resto de la sociedad. Que la cultura friki haya convertido esta ideología en la suya no es más que la consecuencia lógica de un imaginario ideológico neoliberal y patriarcal que en Star Wars queda vinculado a cierto mesianismo cristiano: Anakin —como mesías fracasado— y Kylo Ren, como redentor y como ángel de la muerte que viene a castigar a los pro-sistema. Evidentemente, en su vida cotidiana, el aficionado a la cf no llega a los límites de estos personajes, pero no es raro que ejerza ese cinismo agresivo en redes sociales. ¿Son todos hombres? Diría que la mayoría, sí, pero tenemos ya muchos casos de haters mujeres que hablan en este sentido.[7]

En The Last Jedi, surge otro personaje completamente opuesto. Plenamente integrada en la ideología rebelde y surgida de cierto transfuguismo, Rose Tico ha dejado atrás su condición de paria. No es piloto espacial, no es caballero Jedi. Es mecánica de una nave. Tiene un sentido ético no solo intachable, sino incluso optimista, alegre, ilusionado. El director de la película dice de ella:

Cuando escribí el personaje de Rose, era una auténtica empollona. Alguien con quien me habría juntado en el instituto. Parecía un personaje que no encajaba en una película de Star Wars. Y eso me resultaba atractivo (Rian Johnson).

¿Por qué no encajaba? Porque no era una paria ni era agresiva. No es un lobo solitario. Curiosamente, poca gente parece identificarse con Rose Tico: alegre, positiva, utópica. Dice en la película:

Al enterarnos, mi hermana Paige dijo: «Rose, eso es un héroe de verdad. Distingue el bien del mal y no huye cuando la cosa se pone difícil» (Rose).

Todo esto lo encontramos tras morir su hermana de manera un tanto absurda durante la realización de un acto heroico patriarcal enormemente criticado por las mujeres de la película: la decisión anti-sistema, de lobo solitario, de Poe Dameron.

Sui Generis Madrid - Rose Tico (Kelly Marie Tran) y Finn (John Boyega), «The Last Jedi» (Rian Johnson, 2017) © Walt Disney Studios Motion Pictures/Lucasfilm LTD.
Rose Tico (Kelly Marie Tran) y Finn (John Boyega), «The Last Jedi» (Rian Johnson, 2017) © Walt Disney Studios Motion Pictures/Lucasfilm LTD.

Al contrario que Dameron, Rose Tico se siente parte de una historia épica y gloriosa de héroes, aunque sea como espectadora. En este sentido, simboliza al friki tradicional amante de Star Wars, forma parte de un todo, concibe el universo como el lugar de la hermandad. Por eso no se centra en destruir, sino que protege y construye. Rechaza el odio que nace del rencor, que nace del abismo de dolor generado por su pasado de sometida y por la muerte de su hermana, y lo sustituye por hermandad y por heroicidad. Al modo de los héroes del pasado, Rose Tico es la verdadera representante del pueblo, de una ideología, de una tradición. El sacrificio individual que debe hacer a favor de la comunidad es la renuncia a la venganza generada por el dolor; así, debe perder para ganar, debe vivir con cierta indiferencia respecto a las pérdidas propias, en beneficio de la meta común. Rechaza por tanto a todos esos héroes que ejercen de «salvadores» y que se han resignado a caer en el abismo.

Rose es la friki no alienada. Tiene un poco de esa ingenuidad friki de altos ideales que tenemos quienes hemos leído demasiadas veces El señor de los anillos o nos hemos educado con los cómics de los X-Men. No se encuentra en estado de guerra ni en estado de excepción, sino en estado de superación, aún más allá que la reflexiva Rey:

Así es como ganaremos. No muriendo contra lo que odiamos, sino salvando lo que amamos (Rose).

Este es el concepto de hermandad. La frase ha sido enormemente criticada por el mundo de los aficionados como algo endulzado, algo Disney, algo cursi[8]. En general, se ha considerado que era un personaje que sobraba o, incluso, «que es poco Star Wars». La comparación es seguramente con el tipo duro a lo Han Solo, el malote.

Lo que manda en el imaginario de demasiados aficionados es esa dureza del lobo solitario y se considera cursi todo lo que llame al encuentro y a la relajación del uso de la fuerza.

El nuevo tráiler de IX, presentado hace apenas unas semanas[9], incide aún más en esa idea de hermandad que todas las nuevas entregas tienen, pero por desgracia ha anulado completamente al personaje que representaba el concepto. Incluso podemos repasar la polémica en torno a la ausencia del personaje en los carteles de IX y podemos fijarnos físicamente en la propia actriz que interpreta al personaje Kelly Marie Tran: de origen asiático y de cuerpo no normativo[10]. Todo ello nos lleva a una concepción de paria cultural de siniestro alcance, en cuanto que lo racial, el género y la juventud se unen como estigmas al sentimiento de hermandad y al rechazo a la violencia. Rose, incluso, ha sido completamente anulada por la campaña de marketing, quizás por las tremendas y, en mi opinión, injustas críticas de todo tipo que ha recibido (Breznican 2019).

El mundo estadounidense ha arrasado con el optimismo, con la utopía, con la creencia en la hermandad y en que el paria es el constructor. Llega a tal punto que Rose Tico no es una paria dentro del argumento de la película; lo es en el mundo real, en nuestro mundo, como personaje y como actriz. Sus estigmas simbolizan los de la propia película: la llamada al encuentro, a la sororidad, a la salvación por encima de la destrucción, al amor, a la hermandad.

No son ciertos tipos huraños con banderas fascistas y cabezas rapadas quienes realmente marcan el odio en la sociedad. Son los propios ciudadanos con los que hablamos día a día, que opinan en foros, que golpean con sus puños la barra del bar, quienes hacen una paria a partir de un símbolo de hermandad. Es nuestro propio entorno el que marca desde su concepto del mundo, desde la falta de hermandad, donde se crea a la paria. Construimos los personajes desde el público. Identificamos una sociedad por aquello que convierte en estigma, por aquellos a quienes convierte en parias.

Se trata de un problema cultural. Se trata de un problema ideológico. Lo que hay de fondo en la sociedad actual es una autojustificación de odio y de marginación desde una situación estética.

A partir de todo esto, lo que me parece interesante del caso de Rose Tico son los siguientes puntos:

  1. Los estigmas de Rose:
    a. Optimismo.
    b. Utopía.
    c. Clara diferenciación entre el Bien y el Mal.
    d. Cuerpo.
    e. Raza.
    f. Género.
  2. La construcción de la paria no se encuentra en el argumento ni en el universo ficcional. Se encuentra en la construcción de los espectadores.
  3. La comparación con el personaje preferido de la película: Kylo Ren.

Los medievales creían que lo invisible les hablaba, que Dios enviaba constantes señales a través del universo físico. Quizá no estuvieran tan equivocados, pues ¿quién sabe si lo invisible está hablando aquí, entre el público de The Last Jedi? No Dios, sino lo ideológico. Lo ideológico es ese ser invisible que habla con nosotros cuando expresamos nuestras opiniones estéticas.

Tengo un hijo de quince meses —Luka— y me preocupa que deba elegir entre el paria estético —ese lobo solitario que se siente en guerra con el universo y que ve cursi la idea de hermandad universal—, en realidad un falso paria, o una paria como Rose Tico. Me preocupa mucho. El mundo en el que está creciendo no es para el constructor. Es para el hater. Estoy seguro de que no podrá ser feliz como hater. No me refiero a esa falsa felicidad que denuncia Sara Ahmed (2010), sino a la felicidad de quien puede desarrollarse plenamente en una sociedad hermanada.

El problema es el desencuentro y el rechazo a la hermandad, porque, cuanto más extendamos las poéticas del odio, menos nos encontraremos. Mi mujer y yo estamos educando a Luka para creer en el encuentro. Estamos educándole para ser un paria.

Antes Rose Tico que Kylo Ren.

[7] Muchos, con el paso del tiempo, van renegando de este odio y transformándolo en un sentimiento de hermandad, como describe la escritora Kameron Hurley (2016).[]

[8] No obstante, la frase forma parte del espíritu de la saga e incluso de su historia, pues es del director de Star Wars The Empire Strikes Back, Irwin Keshner (Chapman 2018).[]

[9] Escribo este texto en noviembre de 2019.[]

[10] La actriz ha tenido, incluso, serios problemas de racismo en Instagram (Desta 2018).[]

Bibliografía:

  • AHMED, Sara (2004). La política cultural de las emociones. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2015.
  • BAUDRILLARD, Jean (2002). Power Inferno. Madrid: Arena, 2003.
  • BREZNICAN, Anthony (2019). «Where’s Rose? Star Wars Fans Want Kelly Marie Tran’s Hero on More Merch» en Vanity Fair. 11 de octubre. Última visita: 18 de noviembre de 2019.
  • CHAPMAN, Tom (2018). «How The Empire Strikes Back Influenced Key The Last Jedi Moment» en Screenrant. 21 de marzo. Última visita: 19 de noviembre de 2019.
  • DESTA, Yohana (2018). «Kelly Marie Tran Opens Up About Racist Harassment: “I Went Down a Spiral of Self-Hate”» en Vanity Fair. 21 de agosto. Última visita: 18 de noviembre de 2019.
  • DOMÈNECH, Toni (1993). «…y fraternidad». Isegoría, 7, pp. 49-78.
  • HURLEY, Kameron (2016). «Convertirte en lo que odias» en La revolución feminista geel. Madrid: Alianza, 2018, pp. 158-66.
  • LEIBOVICI, Martine (2017). «La atracción de un corazón desgarrado: Rousseau, de Robespierre a Rahel Varnhagen» en Lorena Fuster y Matías Sircuk (eds.). Hannah Arendt. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, pp. 64-84.
  • MORENO, Fernando Ángel (2018). La ideología de Star Wars. Segunda edición ampliada. Madrid: Escolar y Mayo.
  • NUSSBAUM, Martha (2013). Emociones políticas: ¿por qué el amor es importante para la justicia?. Barcelona: Paidós, 2014.