La hermanas Brontë en un fotograma de la TV movie «To Walk Invisible» (Sally Wainwright, 2016) © BBC

Por David Hidalgo Ramos

El trágico destino de tres maestras literarias que marcaron el rumbo de la literatura decimonónica.

Si tuviéramos que determinar cuál es una de las familias literarias más conocidas de la historia, posiblemente muchos echaríamos un vistazo al siglo XIX y las hermanas Brontë serían las mejores candidatas. No sólo las más conocidas, también las más admiradas, pero por supuesto, una familia también de las más trágicas.

The Brontës - National Portrait Gallery
Las hermanas Brontë (de izqda. a dcha.: Anne, Emily, Charlotte). «The Pillar Portrait» (Branwell Brontë, hacia 1834) © National Portrait Gallery

A menudo se considera que 1847 es el gran año dentro de la historia de la literatura. Un 16 de octubre de 1847 se publicaba una de las novelas clave para entender gran parte de las corrientes románticas europeas y de la fuerza de los sentimientos y emociones que a partir de entonces se vuelcan en la literatura: Jane Eyre, escrito por la mayor de las hermanas Brontë, Charlotte Brontë. Pero es que ese mismo año otras dos hermanas publicarían sus obras maestras, Emily Brontë con Cumbres borrascosas y Anne Brontë, la pequeña, con Agnes Grey. No eran las únicas talentosas en esa familia, el hermano mediano, Branwell, pese a intentar explotar su vena artística, fue incapaz de publicar nada digno. Se vio irremediablemente ensombrecido por sus hermanas y se enterró entre el alcohol y los opiáceos. En total eran 6 hermanos, las dos mayores ya habían fallecido en 1825 y al resto, pese a sus éxitos editoriales, iría a visitarles la muerte lentamente, uno tras otro, hasta terminar con todos en 1855.

La leyenda romántica ha querido mostrar a esta familia de grandísimas artistas malditas y sucumbidas por la tragedia y la tristeza. Tan solo el padre, Patrick Brontë, sacerdote anglicano del pequeño pueblo de Haworth, donde residía con toda su prole, sobrevivió al paso de la muerte. Todos sus hijos fueron falleciendo por (cuenta la visión melancólica de la historia) la tristeza de perder a sus hermanos.

Haworth Cemetery
Cementerio de Haworth

Pero la realidad es mucho más cruda y devastadora. Incluso llega a ser una visión más romántica que la leyenda, en mi opinión. Destrozado por la muerte de sus hijos, Patrick ordena a un conocido científico de la época, Benjamin Hershel Babbage, una investigación en su ciudad, Haworth, en el condado inglés de West Yorkshire. Como sacerdote, Patrick no puede pasar por alto la alta tasa de mortalidad de su congregación (incluida parte de su familia). Y tras una amplia investigación de campo, en el que el experto recorre cada rincón del pueblo, las conclusiones del informe sanitario de Babbage no pudieron ser más horribles. Haworth era una de las localidades más insalubres de la zona, sin alcantarillado, con viviendas sin retretes, había tres letrinas públicas en las calles, en las que se hacían colas a lo largo del día, con sus consecuentes contratiempos. Además, el municipio contaba con una población que de media no pasaba de los 26 años. Pero lo peor sin duda, se encontraba en la colina, frente a la casa de las Brontë.

El cementerio de Haworth estaba superpoblado, mal distribuido y el hecho de mayor gravedad: el suministro de agua del pozo del que bebían la mayoría, se encontraba bajo el camposanto, con filtraciones, bacterias y enfermedades de todo tipo. La versión más romántica al fin y al cabo para tres maravillosas escritoras como las Brontë, motores de la ficción gótica, es que habían muerto a causa del cementerio que veían todos los días desde su ventana. Tres escritoras que hicieron historia con tres obras maestras. En su primera publicación tuvieron que firmar bajo pseudónimos masculinos porque un poeta de la época (Robert Southey) le dijo a Charlotte que las mujeres no estaban llamadas a escribir y que jamás lo intentara. Por suerte Charlotte siguió en su empeño y alentó a sus hermanas para seguir sus pasos. Sólo nos queda preguntarnos qué otras maravillas hubieran escrito de no haber bebido aquellas aguas.