Nelle Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor, junto a Truman Capote firmando copias de su novela A sangre fría en 1966 © Steve Schapiro/Corbis

Por David Hidalgo Ramos

Dos sureños de Alabama: la historia de Nelle y Truman

«¿Qué son la mayoría de las vidas, sino una serie de episodios incompletos? Trabajamos en la oscuridad, hacemos lo que podemos, damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra tarea… El hecho de querer conocer el final es lo que nos hace creer en Dios, o en la brujería; lo que nos hace creer, al menos, en algo.»

Otras vidas, otros ámbitos. Truman Capote.

Por desgracia, problemas como el racismo, la xenofobia y el miedo al diferente persisten en nuestra sociedad. En unos países más que en otros, pero tan vivos que parece mentira que se lleven combatiendo décadas. Sin embargo, si echamos un vistazo a la historia y a la literatura, encontramos sinergias que confluyeron y que marcaron un camino. El racismo ha sido un tema candente en la historia de Estados Unidos y corrientes literarias como el gótico sureño lo han abordado con toda su crudeza.

Posiblemente, el gótico sureño es uno de los géneros más genuinos de la literatura estadounidense, fruto de un contexto histórico y cultural paradójico. Un género cuya esencia se asienta en las contradicciones: lo trágico frente a lo humorístico, lo sagrado frente a lo obsceno, lo espiritual frente a lo material. Son tres los factores que lo definen: la geografía, la historia y la situación social. La cuestión territorial está clara en el gentilicio. La relación de este género con el sur no es baladí, ya que se desarrolla en una serie de estados que van desde Georgia, pasando por Alabama, Misisipi, Luisiana, Texas hasta Nuevo México, lo que nos lleva a la cuestión histórica.

La guerra de Secesión americana (1861 – 1865) enfrentó definitivamente a norte y sur. Su desenlace supuso el desmoronamiento social y la sensación de pérdida de status de los estados confederados. Las consecuencias del conflicto empaparon la literatura estadounidense, desde la pérdida de poder de la aristocracia sureña, hasta la abolición de la esclavitud y la decadencia del sistema de plantaciones. Esta reestructuración social provoca la aparición del fantasma racial visto como invasión: por un lado, los afroamericanos libres y, por el otro, el nuevo blanco pobre y marginal que asume el papel que desempeñaba el esclavo. Y todo esto es lo que autores como Faulkner, Flannery O’Connor o Cormac McCarthy recogen en una corriente literaria marcada por lo abyecto, por personajes grotescos y depravados, por lo racial y, por supuesto, por la decadencia social y religiosa. Plantaciones, marismas, mansiones en ruinas, corrupción familiar, personajes resentidos de clase baja, predicadores y cultos alternativos son los principales elementos del gótico sureño.

En este contexto surge una de las grandes maestras de la literatura estadounidense: Nelle Harper Lee, quien falleció el 19 de febrero de 2016 a los 89 años y es mundialmente reconocida por su única gran obra, Matar a un ruiseñor (1960). Es cierto que hacia el final de su vida publicó también Ve y pon un centinela, escrita en su juventud, pero Matar a un ruiseñor es la novela que la encumbró en la literatura. Se convirtió rápidamente en un clásico de la literatura estadounidense y obtuvo galardones de prestigio como el premio Pulitzer. Esta novela narra la historia de un abogado (inspirado en sus conocimientos de Derecho y en su propio padre, gran letrado de la época) que defiende a un negro acusado falsamente de haber violado a una mujer blanca. Esta obra pone de manifiesto el problema racial de Estados Unidos e inspiró a toda una generación, incluido el Dr. Martin Luther King. La novela está plagada de citas que resuenan en la conciencia humana y que, pese a estar escrita en los años sesenta, bien podrían describir nuestro tiempo:

«El único lugar donde un hombre debería recibir un trato justo es en un tribunal, tenga el color que tenga, pero la gente tiende a trasladar sus resentimientos hasta el estrado del jurado. A medida que vayas creciendo, verás a hombres blancos engañar a hombres negros cada día de tu vida, pero deja que te diga algo, y no lo olvides: siempre que un hombre blanco le hace eso a un hombre negro, sin importar quién sea, cuánto dinero tenga o lo distinguida que sea la familia de la que proceda, ese blanco es una basura.»

La historia de Harper Lee y su novela está inevitablemente unida a la de otro genio literario: Truman Capote. Juntos construyeron una historia de creación compartida. La relación de amistad entre ambos se remonta a la niñez. Fueron vecinos de infancia (en Monroeville, Alabama) y jugaban a ser novelistas con la máquina de escribir del padre de Lee. Cuando Lee mandó su manuscrito de Matar a un ruiseñor a la editorial, Capote le pidió que lo ayudara en su gran proyecto literario. Ambos viajaron a Kansas en 1959, dispuestos a investigar el atroz crimen de una familia de granjeros que obsesionaba a Capote. Veía en los recortes de periódicos que había mucho más detrás, todo un mundo de perspectivas y puntos de vista para contar la historia con todos los testimonios. Hicieron entrevistas, conocieron a los testigos, a los presuntos asesinos y siguieron pistas al más puro estilo policial. Lee detalló toda la investigación y la publicó de forma anónima en una revista interna del FBI, para no eclipsar el trabajo literario de su amigo, que convirtió la investigación en la mítica novela A sangre fría. Si bien Harper Lee alcanzó la inmortalidad con Matar a un ruiseñor, Truman Capote transformó el periodismo narrativo con A sangre fría, una obra que redefinió la crónica criminal y el género de no ficción. Pero sin el trabajo de ambos, especialmente el de Lee, que tenía más tacto y sabía empatizar con los entrevistados, nada hubiera sido posible. Sin embargo, el reconocimiento a su labor se limitó a una sobria dedicatoria en la novela: «Para Jack Dunphy —el compañero de Capote— y Harper Lee, con mi amor y gratitud». Esto terminó sumándose a varios menosprecios y envidias por parte de Capote, lo que destruyó la amistad entre ambos e hirió a Lee en el alma.

Nunca se reconciliaron, y Capote no pudo soportar que su gran amiga recibiera el Pulitzer que él tanto deseó. Sin embargo, más allá de rencores y egos, el tiempo ha hecho justicia: Matar a un ruiseñor sigue siendo un referente moral y literario, mientras que A sangre fría consolidó una nueva forma de entender el periodismo. Dos sureños de Alabama, dos escritores inmensos, dos miradas distintas sobre la verdad y la ficción. Unidos por la literatura, separados por la vida, pero inolvidables para la historia.