Detalle del póster original creado para la película Temblores (Tremors, Ron Underwood, 1990)

Por David Hidalgo Ramos

Temblores y mitos: Lo que acecha bajo nuestros pies.

Bajo la superficie del desierto, algo se mueve. No es un terremoto. No es un animal. Es algo peor… ¿Y si el verdadero terror no estuviera en el espacio ni en las profundidades del océano, sino bajo nuestros pies? Con Temblores (Tremors, Ron Underwood, 1990) este temor se convirtió en película. La cinta redefinió el cine de monstruos, combinando horror, acción y humor contando una historia que todavía hoy sigue viva. Estas narraciones se basan en el miedo a lo desconocido, una fuerza que alimenta la imaginación. Los mitos más famosos del horror giran en torno a entidades cuya naturaleza es un misterio, cuya apariencia transgrede las leyes físicas y nos parece imposible. Y en base a esto se construyen mitologías, cosmogonías o mitos más modernos. Basta con pensar en criaturas icónicas del cine como la saga Alien o en la figura del vampiro, que representa la otredad, lo opuesto a nuestra identidad humana.

En este contexto surge Temblores, una película que continua siendo recordada 35 años después por revolucionar el cine de bajo presupuesto. El director de la película, Ron Underwood, rompió moldes y superó expectativas sin proponérselo. Los monstruos de Temblores no se ocultan en la oscuridad sino que atacan a plena luz del día, una audacia que da carácter a la película. Se convirtió en una cinta de culto dentro del cine de acción y terror que muchos recordamos con cariño y nostalgia. Se rodó a finales de los años 80 pero hasta 1990 no se estrenó en cines. La historia transcurre en Perfection, un pueblo minero situado en medio del desierto. El nombre es totalmente irónico porque se cae a pedazos. Tuvo una mejor vida en otro tiempo pero ahora agoniza y cuenta a penas con un puñado de habitantes. Es un pueblo ficticio pero muy convincente. Se construyó expresamente para el rodaje imitando las decenas de poblaciones y minas abandonadas que pueblan el desierto estadounidense. El monstruo que ataca a sus habitantes es un graboide, un gusano deforme, gigante y subterráneo —una criatura que Underwood muestra directamente, sin sugerir, saltándose las directrices convencionales del género.

Poster promocional blue ray de Tremors por Matt Frank 2020
Póster promocional del ilustrador Matt Frank creado en 2020 para la edición en blue ray del film Tremors

Aunque pudiera parecerlo, estos gusanos no tienen nada que ver con los que popularizó Frank Herbert en su novela Dune (1965), cuya primera adaptación cinematográfica es de 1984. Los de Dune están inspirados en el mito occidental del dragón guardián de tesoros, que protege una montaña llena de oro —la especia, en este caso— que les es indiferente. Son ferozmente territoriales, pero no es necesario matar al gusano en cuestión para acceder al botín. Los de Temblores se inspiran más en el horror cósmico que en las leyendas europeas. En todo caso, el origen de estos singulares monstruos está en la mitología y en la literatura.

En la década de 1920, Roy Chapman Andrews, un explorador y naturalista estadounidense, dirigió una serie de expediciones al desierto de Gobi en Mongolia que dieron lugar a hallazgos increíbles, como los primeros nidos de huevos de dinosaurio conocidos. Durante su estancia en el desierto, Andrews recogió en sus diarios algunos relatos que escuchó a los pobladores locales sobre una criatura legendaria conocida como Olghoï-Khorkhoï. Este gusano de la muerte mongol podía alcanzar hasta un metro de longitud, no tenía cabeza ni extremidades visibles y era de un color rojo intenso. Al parecer poseía la capacidad de escupir ácido corrosivo e incluso podía generar descargas eléctricas para matar a sus presas. A lo largo de décadas, investigadores y criptozoólogos no han encontrado evidencias de su existencia.

Estas leyendas calaron en la literatura y contribuyeron a aumentar nuestro miedo a lo desconocido, tal y como ocurrió con las expediciones pioneras a la Antártida (1914 – 1917). Las primeras imágenes documentales de esta hazaña llegaron con South: Ernst Shackleton and the Endurance Expedition (1919), que incluso inspiraron a Lovecraft cuando escribió su célebre En las montañas de la locura. Lo mismo, pero a menor escala, sucedió con las noticias de los viajes de Chapman. Quizá una de las aproximaciones más tempranas es la de Robert E. Howard, maestro literario de la espada y brujería, en sus relatos sobre Bran Mak Morn, rey de la antigua civilización de los pictos. En Los gusanos de la tierra (1922), el monarca se enfrenta a una raza primigenia de criaturas de pesadilla que habitan bajo la superficie, que dejan baba tras de sí y son capaces de excavar túneles y socavar ciudades enteras horadando sus cimientos. En otro de sus relatos, El valle del gusano (1934), inspirado en la mitología nórdica, describe a estos seres a través de Niord, un salvaje con más músculo que cerebro, de la siguiente forma: «No sé de qué infierno subterráneo había salido arrastrándose en eras pretéritas, ni qué época negra representaba. Pero no era una bestia, tal y como la humanidad entiende a las bestias. Lo llamo gusano a falta de un término mejor». Es una descripción propia del horror cósmico que pone el acento en la deformidad imposible de lo desconocido.

Sin embargo sería Lovecraft, compañero de generación y mentor de Howard en cierto punto, quien daría una mayor complejidad a estas criaturas terribles dentro del denominado ciclo onírico de Randolph Carter. Los gusanos lovecraftianos pasan llamarse dholes, en un posible guiño a El pueblo blanco de Arthur Machen con el que el autor juega con la palabra inglesa hole (agujero). También son denominados como “fauces de la muerte” en algunos relatos. En A través de las puertas de la llave de plata (coescrito con E. H. Price en 1934), Randolph Carter se adentra en el planeta de pesadilla Yaddith. Ahí es testigo de cómo estas tierras inhóspitas están siendo invadidas por criaturas gigantescas similares a gusanos: «Por debajo de él, el suelo estaba plagado de gigantescos dholes; y mientras los miraba, uno de ellos se incorporó varios centenares de pies y tendió hacia él una extremidad blancuzca y viscosa».

Chtoniano ilustrado por Borja Pindado - Sui Generis Madrid
Cthoniano ilustrado por Borja Pindado (2013)

Habría que esperar a uno de los continuadores de esta corriente literaria para que estos gusanos monstruosos se acercasen a los de la película Temblores. Brian Lumley (1937-2024) expandió y reinterpretó los mitos de Cthulhu con un enfoque más aventurero y dinámico que introdujo personajes más activos que los lovecraftianos. Es reconocido por sagas como Necroscope, que fusionaba horror, ciencia ficción y espionaje, y por su personaje Titus Crow, un detective de lo oculto que se unía a una larga lista de investigadores protagonistas del fantastic noir, tales como John Silence (de Algernon Blackwood) o Carnacki (de Hodgson) y que continuarían posteriormente autores como Allan Moore con su John Constantine, sin ir más lejos. En la primera novela protagonizada por Titus Crow, Los que acechan en el abismo (1975), el detective se enfrenta a unos monstruos vermiformes subterráneos, ancestrales y agresivos, que emergen a la superficie de la tierra tras el corrimiento de unas places tectónicas: «En la depresión del valle, habían aparecido unas enormes hendiduras en la tierra…, ¡y de esos abismos sísmicos surgieron unos terribles zarcillos grises de materia viva en espantoso movimiento! Agitándose espasmódicamente —como enormes y mortalmente heridas serpientes sobre el terreno agrietado y chamuscado—, los zarcillos avanzaron, y pronto encontraron a hombres que huían. En sus extremos se abrieron grandes fauces de color carmesí y…».

Estos terribles gusanos del subsuelo, que reciben el nombre de cthonianos, son antecedentes directos de los famosos graboides de Temblores. En el film también se especula con que ciertos terremotos y detonaciones mineras son la causa de que estas criaturas emerjan ahora a la superficie. Si a esto unimos los elementos mitológicos y literarios que confluyen en la estética de los cthonianos (color cobrizo, protuberancias menores y viscosas, carácter letal y hábitat terrestre), el pensamiento nos lleva directamente a la de los graboides cinematográficos, que además presentan grandes fauces de las que surgen apéndices viscosos y mortíferos que se expanden y contraen como lenguas. Además, los gusanos gigantes de Temblores carecen de vista y se orientan por las vibraciones y sonidos de la tierra, de modo que la única forma de escapar de ellos es subiendo a lugares elevados como rocas o edificaciones, algo recurrente en el metraje.

A diferencia de las fuentes mitológicas y literarias, Temblores mezcla humor, terror y suspense con acierto, con buenas actuaciones de Kevin Bacon y Fred Ward entre otros actores. Una producción de bajo presupuesto que dio lugar a toda una franquicia de películas. El propio cartel del film, una imitación burda de la portada de la famosa Tiburón (1975) de Spielberg, en cuanto a textos y diseño, presenta ya a estos gusanos terribles sin dejar ningún espacio a la imaginación.

Los graboides de Temblores no son solo una amenaza física, sino que la representan el miedo atávico a lo que acecha bajo la superficie, un horror primitivo que ha viajado en el tiempo desde las leyendas mongolas hasta el cine de Hollywood. Más de tres décadas después, la película sigue recordándonos que, a veces, lo más aterrador es lo que no podemos ver… hasta que es demasiado tarde.