En 1910, Virginia Woolf y otros miembros del Bloomsbury se hicieron pasar por el emperador de Abisinia y su séquito. Fotografía de James Lafayette.

Por David Hidalgo Ramos

Un episodio de la vida de la escritora que le dejó secuelas.

Decía Italo Calvino que los clásicos son todos aquellos que no lees, sino que relees, y de los que no te cansas. Por eso retomar las obras de una escritora como Virginia Woolf siempre es un placer, ya que una y otra vez volvemos a una de las autoras más increíbles que han existido, una maestra literaria que nunca se la reivindica lo suficiente. Bien por lo que simbolizó su literatura, bien por el legado que nos dejó o por cómo hoy está considerada. Virginia Woolf nació un 25 de enero de 1882 y aún hoy perdura su recuerdo.

La conocemos por sus grandes obras, pero también por sus curiosas y estrafalarias aventuras, muchas de ellas bromas que llevaba a cabo con el grupo de escritores al que pertenecía, el Bloomsbury Club, donde conoció al que fue su marido Leonard Woolf y también a su amante y verdadero amor, la escritora Vita Sackville-West, hija del Tercer Barón de Sackville. Alguna de aquellas bromas quedó para la posteridad por lo grande que llegó a ser. En febrero de 1910 algunos de los miembros del Bloomsbury se pintaron de negro y vistieron telas vistosas y aparentemente exóticas, con barbas postizas y acento extraño al hablar. Se hicieron pasar por el emperador de Abisinia y su séquito. Todo este teatro lo llevaron tan lejos que consiguieron subir a bordo de uno de los destructores de la Armada Británica en calidad de invitados diplomáticos. De aquella extraña hazaña quedó constancia gráfica, lo que a los ojos del lector del siglo XXI es difícil comprender cómo pudieron llevar a buen puerto, nunca mejor dicho, su engaño. Hoy el tema de este maquillaje denominado blackface es una práctica denostada por su relación directa con el racismo, por lo que hoy sería más que impensable esta actitud.

Virginia Woolf
Virginia Woolf

Pero no todo fueron sonrisas en la vida de la escritora, en parte debido a su delicada salud mental. Y aquí entraron varios factores, entre ellos las muertes y duelos que soportó Virginia en sus primeros años, como el caso de sus padres y hermanos, todos fueron falleciendo por diferentes motivos y nunca pudo recuperarse de aquellas pérdidas. Así es como se sucedieron diferentes crisis nerviosas que agravaron su bipolaridad, unido a la ansiedad que le producía el hecho de publicar un texto. El año 1915 fue el peor de Virginia Woolf en parte porque se publicó su primera novela, Fin de viaje. Y aunque esto debería ser un triunfo para cualquier escritor, no lo era en su caso. Sufría ataques de pánico con las pruebas de corrección, la ansiedad hasta la publicación o la espera de lo que decía la crítica sobre su texto y la recepción de los lectores siempre le supuso un problema, pero aquel verano sin duda fue un paso más allá, teniendo que ser hospitalizada por ello.

Y es que la pobre Virginia comenzó a tener alucinaciones cada vez más fuertes, entre las que destacan las más absurdas: aseguraba que los pájaros se paraban en su ventana a cantar en griego o que podía ver agachado entre las azaleas de su jardín al mismísimo rey Enrique VII (fallecido en el siglo XVI) susurrando obscenidades cada cual más grosera que la anterior.

En cualquier caso, Virginia consiguió reponerse, aunque lo vivido le dejó secuelas y una salud delicada de por vida. En los años veinte conoció a Vita, la que sería el amor de su vida, y a la que dedicó la que dicen que es la carta de amor más preciosa de la historia de la literatura, su novela Orlando. Seguiremos recordándola por esta y otras obras como Una habitación propia, La señora Dalloway o Al faro por citar algunas. Dicen que existe un tipo de lector por cada obra de esta increíble autora, ¿con cuál te quedas?