Por Ignacio Gómez de Liaño

Mi pasión por las etimologías está ligada a mi pasión por las palabras y, más en concreto, al apasionado deseo de saber lo que significan, de descubrir sus secretos. Pero, ¿qué significa la palabra «palabra»? ¿De dónde viene? Viene de parábola, que en griego significa «comparación», «semejanza»: esas semejanzas mediante las cuales ponemos al lado de una cosa otra cosa para así completar la significación de la primera.

Si «palabra» viene de parábola, «hablar» viene de fabulare, palabra latina que de significar «hablar, charlar» pasó a significar «contar un cuento, una fábula». Eso es la etimología: el cuento instructivo o fábula que tienen en el fondo de sus anchurosos armarios las palabras que empleamos cuando hablamos. Es un cuento que, por otro lado, sirve para camuflar una verdad, pues, como es sabido, en griego etymos (de donde «etimo»-logía) significa «verdadero, real».

La fábula puede llegarnos sin necesidad de que se articule una palabra, a la manera de una danza mímica. No en vano la palabra mythos («fábula») está emparentada con mutus («mudo»). Los mitos no necesitan de la voz para llegar a nuestras mentes.

La ciencia etimológica nos revela también que la gramática no es el arte de hablar, sino el arte de «escribir», pues los grammata hacen referencia a «letras», no a los sonidos de la lengua.

Los dioses también se comunican, pero lo hacen de una forma especial. Lo hacen a través de señales. Júpiter se sirve de los rayos y los truenos. Esos son sus «signos»; los signos de su voluntad. De ahí que la voluntad divina fuese llamada numen, de nuo, que significa «señalar, hacer señales».

Ya que hablamos de dioses, añadamos que «adorar» viene de uro, que significa quemar (en aras, sin duda). También tiene que ver con ouranos, el cielo, que resplandece con el fuego del sol o el de las estrellas.

Si del fuego pasamos al agua, vemos que con este elemento tiene que ver la «Hidra», que no en vano era una serpiente o dragón nacido del agua, que en griego se dice hydor.

Y sin salirnos de la teología, vemos que la palabra latina para «fe» es fides, y que fides significa también «cuerda, nervio». Lo que esa etimología enseña es que la fe es el nervio de la divinidad.

La primera etimología que se me vino a la cabeza cuando pensé en la cuestión de las etimologías no fueron las que acaban de salirme al paso, sino la de «considerar». Por venir de la preposición cum (con) y del sustantivo sidus, sideris (astro, estrella), «considerar» viene a decirnos que cuando consideramos algo lo que hacemos es mover nuestros pensamientos en sintonía con los astros en el cielo.

Una vez que hemos ascendido al cielo y nos hemos puesto a dar vueltas con los astros, es el momento de poner fin (momentáneamente) a estas… consideraciones. Por fin, podemos decir que estamos en el cielo de la página en blanco.