Cristóbal Balenciaga
Por JACQUELINE PINGARRÓN
La figura de Balenciaga, baluarte de la moda española del siglo XX, parece estar paradójicamente de moda, en parte gracias a la miniserie que Disney+ estrenó el pasado mes de enero, El lanzamiento de Cristóbal Balenciaga fue acompañado con una exposición de reproducciones de los trajes del diseñador guetaiarra, organizada por la plataforma digital en el Real Jardín Botánico.
Gracias a las técnicas tradicionales de alta costura utilizadas, las réplicas recrean perfectamente el aura de artesanía que merecen los diseños: los bordados a mano, los cortes a tijera —no cortes a láser como se hace ahora—, las cremalleras cosidas con pequeñas puntadas invisibles —no a máquina— o los detalles rematados a mano. Una gran oportunidad para que los amantes de la moda conozcan en profundidad la figura de un maestro.
Cristóbal Balenciaga nace en Getaria (Gipuzkoa) en 1895. Hereda su pasión por la costura de su madre Martina que, al enviudar, se ha de hacer cargo de la economía familiar y comienza a coser para familias aristocráticas; es así como Martina se convierte en el referente y la inspiración de toda la carrera de Balenciaga. Podemos trazar su primera trayectoria en la alta costura a principios del siglo XX, cuando conoce a la Marquesa de Casa Torres —abuela de la futura reina Fabiola de Bélgica— y confecciona un vestido para ella. La Marquesa queda tan prendada de la técnica y la perfección del diseño y la manufactura de Cristóbal, que se convierte en su mecenas y le financia su estudio en una sastrería de Donosti. Diez años después abre su primer taller con la ayuda de su hermana y comienza su camino hacia el éxito. Posteriormente abre un nuevo taller en Madrid y crea Eisa, su segunda línea de negocio de moda más asequible. La perfección en la técnica, la importancia del detalle y la limpieza del acabado, junto al afán de potenciar la figura de cada diseño como si fuera único —adecúa sus trajes y las perfectas réplicas de la diseñadora francesa Madeleine Vionnet a las líneas y medidas de cada clienta—, ya hacen presagiar el gran maestro que está destinado a ser.
Cristóbal Balenciaga nace en Getaria (Gipuzkoa) en 1895. Hereda su pasión por la costura de su madre Martina que, al enviudar, se ha de hacer cargo de la economía familiar y comienza a coser para familias aristocráticas; es así como Martina se convierte en el referente y la inspiración de toda la carrera de Balenciaga. Podemos trazar su primera trayectoria en la alta costura a principios del siglo XX, cuando conoce a la Marquesa de Casa Torres —abuela de la futura reina Fabiola de Bélgica— y confecciona un vestido para ella. La Marquesa queda tan prendada de la técnica y la perfección del diseño y la manufactura de Cristóbal, que se convierte en su mecenas y le financia su estudio en una sastrería de Donosti. Diez años después abre su primer taller con la ayuda de su hermana y comienza su camino hacia el éxito. Posteriormente abre un nuevo taller en Madrid y crea Eisa, su segunda línea de negocio de moda más asequible. La perfección en la técnica, la importancia del detalle y la limpieza del acabado, junto al afán de potenciar la figura de cada diseño como si fuera único —adecúa sus trajes y las perfectas réplicas de la diseñadora francesa Madeleine Vionnet a las líneas y medidas de cada clienta—, ya hacen presagiar el gran maestro que está destinado a ser.
Tras una gran trayectoria en España, Cristóbal y sus socios presentan su primera colección de alta costura en París en 1937, generando una tibia respuesta y pocos encargos. Los comienzos en Francia son duros, debido a la sofisticación de la moda parisina marcada por Coco Chanel y la opinión de Carmen Snow, editora del Harper’s Bazaar. Además, el continente se preparaba para la Segunda Guerra Mundial y para el auge del fascismo que ya entonces consumía a España en su reciente guerra civil. Con este contexto de fondo había poco espacio para la alta costura y Cristóbal era consciente de que tenía que presentar algo original y poderoso con un estilo propio que le hiciera destacar en Europa.
Ante la ocupación alemana en París, muchas de las maisons deciden cerrar: la inflación en escalada, la escasez de telas y materias primas hacen que sea imposible, para muchas de las casas de alta costura seguir adelante. Balenciaga entonces comienza a importar telas desde España y puede continuar con su Maison abierta pese al corte de suministro textil francés. Es en estos años cuando grandes clientas como la duquesa de Windsor o Marlene Dietrich empiezan a hacerse eco del talento que acabará convirtiéndolo en uno de los diseñadores más importantes de todos los tiempos.
Al terminar la guerra, Balenciaga ya es considerado uno de los reyes de la alta costura parisina, pese a que su puesto se ve amenazado con la irrupción de un nuevo diseñador, Christian Dior y su «New Look» a finales de los años cuarenta. Como respuesta, el español irrumpe en la década de los cincuenta con la creación de los trajes semientallados y su nueva línea Midi, los trajes de línea barril, el vestido túnica, el vestido Baby Doll y el estilo semiajustado. En 1957 consigue la tela perfecta para sus diseños: el gazar, un textil semirrígido y moldeable, con hilos de seda de doble torsión que permite ser manipulado creando volumen sin añadir más peso a la prenda. El gazar será el elemento perfecto para tener el control absoluto, desde la fabricación hasta la forma final que adquiere sobre el cuerpo. Con la creación de ese estilo tan definido que se convierte en una firma reconocible, en 1960 consigue el encargo de su carrera: el vestido de novia de Fabiola de Mora y Aragón, futura reina de Bélgica.
Las ventas se disparan y hay lista de espera para acceder a sus nuevas colecciones. El fervor y la demanda es tal que otorga licencias exclusivas de reproducción de alguno de sus vestidos para poder comercializarlos en Estados Unidos. Ocho años después, a finales de los años sesenta, Cristóbal decide cerrar la Maison Balenciaga, alegando que no puede permitir que su creación continúe sin él, como ha pasado en otras casas hito de la alta costura parisina como Chanel o Dior, hecho que se suma a la decadencia de la alta costura por la competencia del Prèt-à-Porter y la disminución de la calidad de las telas. En su etapa final, Balenciaga es testigo de lo que sobreviene a la moda a principios de la década de los setenta, un nuevo fenómeno a combatir como es la difusión de las nuevas colecciones a través de las revistas de moda. Esto a su vez hace que prolifere la piratería en forma de copias aisladas que comienzan a venderse en grandes almacenes de Nueva York, abaratando los precios, disminuyendo la calidad y comenzando a producir en serie.
Una figura histórica, la de Balenciaga, que dejó más que patrones a su paso, marcando un antes y un después en la concepción de la moda y sentando un precedente para la alta costura tanto fuera como dentro de nuestro país.